martes, 16 de diciembre de 2008

La lotería: el nuevo opio del pueblo




¡Veinticuatro mil novecientos setenta y nueeeeveeeeee..., tres millones de euuuuuurooooos!

22 de diciembre.

Familias enteras congregadas ante el televisor.
“¡Paco, enciende la radio que van a dar el sorteo del gordo!”.
Algunos hasta comprarán el periódico.

Ilusiones frustradas. Sueños que se desvanecen entre números.
No sé si la esperanza es lo último que se pierde. Pero sí sé que miles de trabajadores jugarán a la lotería estas navidades aferrados a la improbabilidad. No sé si es bonito o es triste.
Porque... 20 euritos que cuesta cada décimo.

La lotería es nociva, en cierto modo, pero, a mi parecer, también tiene un efecto catártico: te depura el sentimiento de pobreza. Permite que el pobre sueñe con una vida que no es la suya, pero que podría llegar a serlo si la puñetera suerte le favoreciese.
Y, golpe a golpe, la mañana del 22 de diciembre devuelve a cada uno a su realidad.

Nos limitamos a sobrevivir en función del dinero que tenemos y del que necesitaríamos para vivir de verdad. Por eso nos dejamos llevar por la esperanza. Ésa misma que quedó sola en la caja de Pandora. Completamente sola. Como el último saliente al que el ser humano podría agarrarse.
(En el spot publicitario del año pasado la esperanza venía a ser representada por un hombre calvo que sopla. Se podría decir que insufla suerte, al arrebatarle el décimo a uno para llevarlo hasta otro. Pero la verdad es que este hombre calvo juega a ser Dios. Y este hombre calvo que domina la rueda de la fortuna no existe).

Marx aludió a que la religión es el opio del pueblo. En estos tiempos (críticos, parece ser) que corren, casi nos acercamos más al formular que la lotería es el opio del pueblo. La lotería y otros muchos juegos que se apoyan en las ilusiones mundanales.
Ya que la gente va más bien poco a misa e invierte mucho en juegos de azar. Y es que Dios no nos soluciona la vida; el dinero, sí.

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