martes, 2 de diciembre de 2008

Fiebre en las gradas

Supongo que todos habrán asistido alguna vez, ya sea por sus hijos o por sus hermanos, a uno de esos partidillos de fútbol entre alevines.
Estos partidos, normalmente, suelen transcurrir sin ningún altercado. Normalmente. Pero el fútbol genera mucha tensión y, muchas veces, deja en evidencia al ser humano.

Mi amiga Ro me contaba el otro día cómo un partido entre chavales se puede convertir en una competición en toda regla.
Ella acudió con su hermano y su padre a ver jugar a su hermanito en Pradoviejo.

Todo iba bien hasta que un jugador del equipo contrincante empezó a repartir palos por doquier. Obviamente, la gente empezó a quejarse. Se desató la crispación.
Unos decían que “cómo un niño puede ser tan violento”, otros dudaban de si el chico tenía realmente doce años ya que se trataba de un niño negro bastante corpulento. Pero siempre hay un energúmeno. Un adulto que, preso de la cólera, se deje llevar por sus instintos más primarios. Un individuo que tuvo la poca vergüenza de gritar desde las gradas a un niño de doce años: “eh... negro de mier-da”.
Esa gente es la que empuja a cualquiera a la agresividad.

Qué pena. Y es que le ponen más énfasis y empeño a esos partidillos los padres que los propios chavales. Qué bochorno para sus familiares. Y qué mal rato para el chico negro.
Hay que tener en cuenta que, muchas veces, los niños se dejan llevar por el ansia de competitividad que sus entrenadores y padres tanto les han inculcado, haciendo uso de la fuerza. A todos no suena eso de que nos digan “pero tienes que ser el mejor”.

Es una verdadera lástima que este mundo se mueva por ambición y competitividad. Y que esos “valores” sean los primeros que transmitamos a nuestros hijos.


Y nos pisamos por el cielo en la tierra... La vida es perra hay una guerra ahí fuera.

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