miércoles, 29 de abril de 2009

COMO LA VIDA MISMA

En mi clase hay tres facciones: la derecha, el centro y la izquierda.

Esta división lo determina todo. Los grupos de trabajo, los temas de conversación y, por supuesto, el lugar que ocupa cada uno, es decir “su sitio”.


En el centro toman asiento aquellos que solemos denominar políticamente correctos. Gente con talante, pero víctimas de la indecisión. El sentimiento de pertenencia a un grupo no es tan marcado como en las otras dos facciones, pero las afinidades se han ido haciendo patentes poco a poco.
En caso de alianza o coalición, se muestran versátiles y tiran para la izquierda (esto no tiene que ver tanto con la realidad).
Se quejan más bien poco. O mejor dicho, sólo se quejan cuando una situación les parece tremendamente injusta. Esto es, casi nunca.
Pero, a pesar de todo y, como diría Diego: “son tíos de puta madre”.
Su eslogan bien podría ser: “Solo necesitamos un empujoncito”.


A la derecha se sitúan aquellos que, de puertas afuera, portarían la bandera de este nuestro país orgullosos de ser nacionales.
Son gente más arrogante que no dudaría en exterminar a la oposición si les fuera legítimo.
Por su parte, en clase, no dejan de dar la chapa entre murmullos. Eso sí hablan como quien no quiere la cosa, como si no lo estuvieran haciendo, y, cuando se les llama la atención se indignan sobremanera.
Tienden a aniquilar toda propuesta de cambio o mejora debido a sus ideas retrógradas.
Incluso el tono de su voz es diferente. Si el centro sonara como una trompeta, y la izquierda como un saxo, ellos serían la bocina irritante que proviene del escaso tráfico a media noche.
(Si repites modelito jamás serás admitido en “su lado”).
Probablemente se sentirían identificados con el siguiente eslogan: “¿A quién hay que empujar?”.


La izquierda fue el primer grupo que se configuró, creo recordar. Como es tradición en este país, está más dispersa que el agua en un pantano.
La aglutinan gentes de todos los orígenes y estratos sociales.
Su principal función para con el macrogrupo que conforma la clase al completo es, fundamentalmente, quejarse por los demás. A la hora de plantear sus demandas no eligen a un portavoz (como los otros grupos), sino que varias personas toman la iniciativa simultáneamente y comienzan a armar la de Dios.
A veces, ejercen un poco de jueces de la ética. Es decir, a nadie en clase se le va a ocurrir proferir un comentario sexista, homófobo o racista, pues las miradas implacables de todo este sector recaerían sobre tal personaje.
Son más partidarios de la violencia (verbal, se entiende), y, en ocasiones, pierden los estribos y con ellos la fuerza de actuación. (No leyeron el Pido la voz y la palabra de Blas de Otero).
Se les podría aglutinar bajo la siguiente frase: “Eh...um... A ver...Por favor, ¿queréis dejar de empujaros? Si es que somos los únicos seres civilizados en esta clase.”


Como en la vida misma, hay fenómenos de transfuguismo. En el centro es donde más se está padeciendo este fenómeno, viéndose considerablemente reducido, desde que algunos de sus integrantes optaron por pasarse al carro revolucionario.