domingo, 13 de diciembre de 2009

BUS STOP




Tras el pasado otoño, con su voraz guerra de paraguas, la estación llega el presente año plagada de otros obstáculos que persiguen hacernos la vida un poco más amarga e insufrible. Al mal tiempo buena cara...¡ja!


La lluvia, que este año ha llegado con algo de retraso, es capaz de hacer decaer incluso a Rafaella Carrá. Más que lluvia, lo que se precipita sobre Bilbao y alrededores es algo cercano a un diluvio especiado con toques de tsunami. Y la gente como si nada. Parecen anfibios inimpresionables.

Las devastadoras tormentas que se viven aquí imponen a todo aquel que venga de fuera una dura adaptación al medio. Dicha conversión ha de extenderse a los ámbitos externos del ser en cuestión; esto es, vestuario y peinado, así como a algunos rasgos o caracteres de la personalidad (capacidad de acción-reacción, motivación y humor, entre otros).
Con esto quiero decir, que si solías llevar bambas a diario, habrás de cambiarlas por unas botas de agua, o de monte o por cualquier otro calzado indestructible y, por supuesto, impermeable (condición bastante reñida con algo muy necesario como es la traspiración). Esto lleva a tener que combinar toda tu indumentaria con tales botas.
Respecto al pelito, si solías alisártelo, desiste. Si tendías a recogértelo, desiste. Si lo llevas teñido, reza porque sea con L’oreal.
Al hablar de la capacidad acción-reacción quiero referirme a la autodefensa. Más claro, si alguien intenta sacarte un ojo con la varilla de su paraguas, defiéndete con el tuyo. Y si, como buen conciudadano, ya te has pasado al bando de los solidarios del chubasquero, corre todo lo que puedas.
Lo del humor de la persona ya se torna toda una hazaña. Resulta difícil ser amable en esta ciudad (esto también afecta a los anfibios anteriormente citados). Todo el día húmedos, y cargando con el jodido escudo... Es comprensible.

Todo lo arriba dicho pueden resultar pequeñeces en comparación con la verdadera lucha con que se ve obligado a lidiar todo aquel que desee tomar el transporte público en un día lluvioso. Una avalancha de gente que abruma a cualquiera.
De hecho, creo que el conductor tiene que pasar por unos momentos muy angustiosos cada vez que abre la puerta. Y comparto su miedo. La impertinencia de la gente puede causar desastres irreparables. (Que Dios bendiga a todos los conductores por esa inagotable paciencia que les caracteriza. A casi todos.).
Una de las escenas más cómicas que se acostumbra una a ver por aquí es cómo intentan, en vano, guarnecerse bajo la marquesina unos veinte personajes. Algunos, incluso, osan mantener el paraguas abierto también bajo la marquesina. ¡Válgame!
Y claro, otro tema es el de la fila. Que no se hace. O no se respeta.


A raíz de todo esto, me viene a la cabeza un episodio que vivimos mis sestras (amiguísimas) y yo en fiestas de Castellón. Y eso que allá no llovía.
Tras comer en el puerto, quisimos coger un autobús que nos acercase al centro de la ciudad. Mala idea.
Una impertinente multitud esperaba ansiosa junto a la marquesina. Cuando llegó el bus conseguimos hacernos un hueco y subir. Estaba tan abarrotado que la chavalería se colgaba de las barras agarraderas cual chimpancés de ramas. Nosotras quedamos ancladas en un ínfimo espacio que quedaba junto al asiento del conductor, que, muy amable, se reía con nosotras de semejante situación. Todo iba relativamente bien hasta que llegamos a la siguiente parada, en la que nadie bajó y otra multitud impertinente aspiraba a subir. El simpático conductor intentó dar explicaciones: “aquí no cabe ni un alma más, tendrán que esperar al autobús de refuerzo, que tardará diez minutos a lo sumo”. Para qué queremos más. Los “aspirantes” a subir al transporte público se volvieron locos. Comenzaron a embestir el vehículo por todos sus costados. Así, llegó el accidente. El pobre conductor en un amago de arrancar, intentó cerrar las puertas (que permanecían abiertas por fuerza del redil que pretendía entrar) para arrancar y proseguir su camino, con tan mala suerte que una pierna de un “aspirante” quedó atrapada. El caos estaba servido. Gritos. Palos. Hubo de todo. Y una mujer que gritaba hacia todos los sentidos: “¡fill de puta, fill de puta!”.
El terror nos invadió y decidimos bajar un par de paradas más adelante. De hecho, a una amiga, más que el terror, lo que le entró fue un ataque de ansiedad. Agradecimos al conductor con una sonrisa su paciencia y nos alejamos lo más rápidamente posible de aquel enjambre endiablado.

Si es que la gente no tiene educación. Y luego hablan de los jóvenes.
Bien cierto es que el mal tiempo agrava toda espera del transporte público. Pero habas se cuecen en todas partes. Y en el Mediterráneo la gente también se puede volver muy agresiva, con o sin paraguas.





No hay comentarios: